La cultura de los modales muertos
Tegucigalpa, lunes a las 6am, suena ese reloj despertador que acecha nuestro sueño tal cual león a su presa. Tras múltiples deseos, ideas, maldiciones, oraciones y resistencias, tomamos el valor suficiente para ducharnos, desayunar y prender la radio para escuchar el noticiero El Minuto en Radio América, o para ver quién será la nueva víctima de Renato en Frente a Frente, donde gran parte de nuestro “yo interno” busca realizar catarsis a través de la crítica galopante hacia alguna figura pública o por lo menos, con una pequeña victoria idealista lo suficientemente fuerte como para reunir las energías necesarias para iniciar nuestra rutina. Estamos tan concentrados, o más bien “desconcentrados”, que se nos escapó decir un “Buenos días” a nuestros hijos, parejas o empleadas, víctimas por igual del incesante y para nada piadoso atropellamiento de los dichosos lunes. Saliendo de casa, y desde ese punto en adelante, nos enfrentamos al peor monstruo: un tráfico ruidoso lleno de personas hostiles que han acumulado información negativa, canciones horrorosas de campañas políticas, problemas personales, carga laboral y construcciones de puentes a desnivel en todos los puntos críticos de la capital.
En algún momento, la mayoría de personas nos repetimos “calma, todo va a salir bien, tranquilo, cuenta hasta diez” y todos los mantras, chacras y dichos existentes para poder llevar ese estrés que poco a poco llega a un punto de implosión, y para el cual se requiere un gran entrenamiento personal, para poder lidiar con él y no gritarle al taxista o al busero cualquier cantidad de sandeces, insultos y ofensas que sirvan como ventilación de escape a todo el enojo que carcome nuestros corazones… Todo por ese bendito “jingle” político en la radio, que saca a relucir nuestro disgusto con la sociedad actual y que necesita ser expresado en estados de Facebook con deseos antinaturales contra el alcalde, el diputado o el Presidente; después de todo es mi derecho inajenable, lo dice la Carta de Derechos Humanos bajo el titular “Derecho a la Libre Expresión”. Después de batallar contra media ciudad, entramos a nuestra oficina y vemos a nuestros compañeros de trabajo aún golpeados por el deseo innegable de perpetuar un par de horas más el fin de semana, y nos sentamos a iniciar la misma rutina de todas las semanas. Martes, Miércoles, Jueves, Viernes… La misma historia, tal vez lo único que cambió fue el “jingle”… Bendito “Jingle”.
En un período de cinco días, completamos 25 formularios, 45 órdenes de compra, le ganamos a la empresa un par de miles de Lempiras, y extendimos nuestro contrato por tres años más. Desconocemos el hecho de que insultamos a 78 taxistas, 54 buseros, la vendedora de periódicos, el chico que limpia los parabrisas, quebramos la pantalla de nuestro celular al abrir con demasiado enojo la puerta del carro, andamos elevada la presión sanguínea, y le deseamos la muerte a medio Partido político, pero de todas formas, la rutina comenzará de nuevo la próxima semana y tenemos el fin de semana para pretender descansar de esta intoxicación masiva y mediática. A todo esto, los “jingles” solo parecen aumentar en cantidad, las campañas políticas parecen estar en su auge, y los nervios de la población están a flor de piel. Y claro, nuestra impotencia aumenta al ver que desbaratamos por completo nuestros modales sólo para darnos cuenta que no pudimos establecer ninguna diferencia. Extiéndase la misma narrativa sobre esta rutina por más semanas, meses… Años.
Los seres humanos somos sentimentales, emocionales y reactivos, es parte de nuestra constitución genética y social; dichas condiciones nos llevan muchas veces al caos, impulsando la muerte de cualquier tipo de modales, enfrentándonos los unos a los otros en una catástrofe sin fin, y definitivamente carente de sentido. Después de años, probablemente décadas, de la misma estrategia de catarsis colectiva, hemos llegado al punto de quiebre en cuestiones de inter-relacionamientos personales, convirtiéndonos en nómadas modernos, listos para atacar y agredir a cualquiera que se cruce en nuestros caminos que posea diferencias en pensamiento, ideologías o accionar. ¿Es nuestra cultura de reacción violenta la mejor forma de combatir contra los males de la sociedad? ¿O es demasiado descabellado pensar en una forma más civilizada y menos agresiva de enfrentar al enojo ocasionado por los “jingles”, las irreverentes propuestas políticas y los irrespetuosos discursos que aquejan nuestra alma y nuestra consciencia colectiva? Tal vez la diplomacia y la asertividad sean herramientas válidas todavía, tal vez la estrategia vaya más allá de la irascibilidad de nuestros comentarios… Tal vez exista una forma de evitar que La Cultura de los Modales Muertos se apodere de nuestras vidas.
Arturo E. Machado