Una cantidad de sueños engalanados de planes y estrategias para alcanzarlos. Sueños que son utópicos, imposibles, abrasantemente exhaustos, indiscutiblemente desgastantes. Sueños que en algún momento de nuestras vidas, todos experimentamos y nos los proponemos para alcanzar la siguiente grada de la realización personal. Sueños expresados en trabajos, ingresos económicos, reconocimiento social, labor humanitaria o, como lo fue en el caso de su servidor, en estudios foráneos. El objetivo: Brasil, tierra de la samba y los carnavales, del fútbol y el café, de los “espetinhos” y las “garotinhas”… Tierra del encanto.
Fue un 11 de noviembre del 2014. Quedó grabado en la memoria porque la publicación de los electos para la beca otorgada por el Grupo de Universidades Brasileñas se había atrasado 5 días, lo cual había causado una gran ansiedad, saciada por las alitas de doña María que cada martes acompañaban el alma de un muchacho alto, cabello “musuco”, ojos claros, de unos 23 años recién cumplidos, que anhelaba la posibilidad de alcanzar y abrazar la sublime oportunidad, una que le permitiese saciar el hambre de conocimiento, de curiosidad, de ambición. Gracias doña María, porque sus alitas fueron testigos ese martes gris de algo maravilloso, espectacular, inexorablemente inspirador. Abriendo el sitio de la Organización de los Estados Americanos, y lo primero: RESULTADOS DE LA CONVOCATORIA. No pierdo el tiempo, CTRL + F en el sitio para buscar las palabras clave: “Arturo Machado”. Resultados: 1 de 1, había sido elegido para cursar la maestría en Modelado Computacional en Ciencia y Tecnología en la Universidad Estatal de Santa Cruz. Dios te bendiga UESC, como se le conoce a tan distinguida universidad por su elegante sigla; Dios te bendiga porque nunca este muchacho lo había considerado posible, sino apenas un objetivo alejado entre los mares de obstáculos e impedimentos mentales. Y así comenzaba el gran viaje que se venía, que entre clases intensivas de portugués, compra de maletas y despedidas amenazantes, se anteponía un recorrido de 5000 kilómetros hacia lo desconocido, que prometía aventuras, adrenalina, crecimiento, nostalgia, cariño, bailes y amistades.
8 de febrero de 2015: suena el altavoz en el aeropuerto internacional de Toncontín. Vuelo de Copa Airlines a Panamá, listos para abordar en la sala de espera. Las lágrimas casi inundan el predio de la terminal aérea, no existen suficientes palabras para describir la dificultad de separarse de una novia espectacular, de una familia infalible, de unos amigos leales… de una Honduras dueña de mi vida. Y arranca un avión que carga mucho más que maletas y personas: transporta un sueño tremendo que hace retumbar los anales del universo, que cuestiona toda noción de realidad, que destruye toda percepción de la verdad… O al menos eso parecía para ese muchacho delgado, que aparentaba no aguantar ni medio viaje por la cantidad absurda de nervios e incertidumbre que acechaban su corazón de una forma casi fulminante. Sin embargo, a veces se olvida que la vida lo sorprende a uno de formas milagrosas, le coloca manos tendidas, abrazos calurosos, palabras divertidas, y costumbres extrañas, todo esto personificado en seres luminosos, capaces de transmitir lo más bello y sutilmente perfecto: esperanza. Alero, compadre, pana, parcero… En Brasil se les conoce como “amigão”. La ciudad de Ilhéus, Bahía abrió sus puertas a personas de diferentes partes de América Latina, para darnos comida, calor, playa, diversión, estudios, cine, arte y cientos de brasileños amables, dispuestos a darnos un chance entre sus problemas. Jamás carente de tristezas y dificultades, el camino hacia el éxito estuvo plagado de viajes, desveladas, tropiezos, regaños, artículos, libros, partidos de fútbol, noches de películas, los ocasionales “pastéis de banana da terra com carne seca” pero más que nada, de los amigos. Esos “parceros” de origen mexicano, peruano, colombiano, guatemalteco y de muchas otras naciones que me acompañaban en esas noches de música “arroxa”, de los “botecos” con sus caldos celestiales, de Cinema Santa Clara, de “rodizios” de pizza, de charlas amenas y conversaciones filosóficas. Tantas cosas que Brasil ofrece, un universo de dimensiones estrafalarias, de inventos ambiguos, de parrandas alocadas, de sabores ambulantes. Cuantas cosas que elevaron mi pensamiento cognitivo y que me hizo reflexionar sobre las metas que una persona asertiva debe colocarse en la vida, enfocadas en lo que importa. Inmenso fue el crecimiento académico, pero mayor el personal, donde sin duda alguna logré identificar aquellos puntos de inspiración extrema y que, de una forma u otra, me definen hasta el punto de las lágrimas y las risas. No queda más que agradecer a nuestro creador, a la vida y al cosmos por esos 18 meses de abrumante felicidad, único sentimiento que puedo usar para definir mis recuerdos de mis pasajes por esa tierra que aún con su “impeachment”, sus protestas y sus “greves”, me regaló la posibilidad de con tan solo cerrar los ojos, disfrutar de una baleada carioca, hecha de mantequilla de Olancho con “carne do sol” de Porto Alegre, de corales de Roatán con “pedras do arpoador” de Rio de Janeiro, de “fuera JOH” con “fora Temer”… de catrachada con brasileirada.
“Obrigado Brasil”, por haberme regalado incontables “feijoadas”, unos “jogos olímpicos”, muchos “brothers”, múltiples noches de “forro”. “Obrigado” por haberme permitido soñar, crecer, cantar, reir, saltar, bailar, llorar… “Obrigado” por haberme hecho quien soy hoy.